Por José-Miguel Vila (diariocritico.com)
El madrileño Teatro Quique San Francisco -antes Galileo-, abre temporada con ‘El bar prodigioso’, de Roberto Santiago, dirigido por Alejandro Aréstegui. Se trata de una comedia, no exenta de cierta poesía y amargura, en la que cuatro personajes, relacionados entre sí, muestran sus fortalezas y debilidades personales a través del lenguaje. Cada una de las palabras que manejan incide, directa o indirectamente, en todos y cada uno de los demás e influyen, condicionan y hasta determinan sus vidas.
Los cuatro personajes son otras tantas almas necesitadas de los demás y, en cierto modo, aisladas, solitarias y desesperanzadas. Sophie, interpretada por María Zabala, es una artista plástica en permanente busca de la belleza, la armonía y la poesía en la vida. Su última obra de éxito era una instalación de tres hombres desnudos –uno blanco, otro negro y el tercero asiático-, que adquirió un supermillonario. Su crisis creativa la ha llevado a expresarse únicamente con frases de 4 palabras, aparentemente inconexas que, aparentemente, enuncia de forma involuntaria. Ana Lucas se mete en la piel de Clara, una chica que por amor abandonó sus estudios y ahora sobrevive con trabajos mal pagados, como el de camarera en esa terraza, que es el epicentro geográfico y vital de los cuatro personajes. Bernardo (Antonio Romero), está en paro, sin muchas ganas de volver a trabajar, sin familia ni pareja, pero con una inclinación constante al enamoramiento que –en su caso-, surge siempre tras un ligero desmayo… Es el personaje que abre la función en un encuentro con su mejor amigo Antonio (Manu Hernández), un empresario de éxito, que nada en la abundancia económica, casado con Sophie…
Las complicaciones surgen cuando Bernardo confiesa a Antonio que se ha enamorado de su mujer y que ella, lo quiera o no, lo sepa o no, también acabará enamorándose de él. El aire, el viento suave, el sol, que es el mismo para los cuatro personajes reunidos en torno a la terraza de ‘El bar prodigioso’, van a ser percibidos de formas bien distintas por cada uno de ellos.
La escenografía, obra de Igone Teso, presenta una terraza de bar, milimétricamente repartida en la calle. La luz, tenue o brillante, según convenga a cada escena, la ha diseñado Ciru Cerdeiriña, el espacio sonoro Tuti Fernández y el vestuario Genel Romero.
Amor, contratos, amistad, besos, abusos, poesía, intriga, relaciones y, sobre todo ello, el paso inexorable del tiempo y las palabras que enmarcan, definen, adulteran y -¿por qué no?-, contienen también la esperanza de que, al final, todo puede arreglarse. De todo esto y más se habla en ‘El bar prodigioso’. La vida misma. Unas veces sucede, otras no.