Por Mario Martín Lucas (traslamascara.com)
Si en la temporada 2018/2019 llegó a la cartelera teatral madrileña ‘Un bar bajo la arena‘ en celebración del 40º aniversario del CDN, efemérides que su entonces director, Ernesto Caballero, quiso festejar encargando a José Ramón Fernández un texto que cobijara las mil y una historias, además de anécdotas, vividas en el mágico espacio del Teatro María Guerrero y en la mítica cafetería que ocupaba su sótano…¡ay, si esas paredes hablaran!.
Y en la temporada 2020/2021 triunfó ‘El bar que se tragó a todos los españoles‘ acaparando premios y nominaciones, en una personal historia escrita y dirigida por Alfredo Sanzol, a la sazón sucesor de Caballero; ahora llega otro bar, convertido en propuesta teatral, y esa reiteración no nos puede sorprender, sino estimular, pues ¿acaso existe algún espacio más sugerente para compartir historias, que los acogidos, en nuestra secular tradición, por tascas, tabernas o mesones, asimilados ahora todos ellos bajo el termino ‘bar’?, y esta novedad llega bajo el título de “El bar prodigioso”.
“¡Te voy a ofrecer un trabajo mal pagado!”
El texto compuesto por Roberto Santiago comienza por revelar, con exactitud, que está compuesto por doce mil trescientas veintitrés palabras, ni una más, ni una menos, marcando el límite máximo de lo que se puede decir y expresar, en una hábil metáfora sobre el costo de oportunidad de decir algo o no, pues al sí hacerlo se reducirá la disponibilidad, y posibilidad, de lo que se pueda, en adelante, manifestar, afirmar, explicar, declarar, exponer o asegurar, sea para expresar emociones, cariño, amor e, incluso al contrario, infringir dolor o generar pena a través de lo que se verbaliza.
El limite de las palabras a poder utilizar acoge una historia de cuatro personajes, dos hombres y dos mujeres, que se precipita a partir de una sugerente escena inicial, en la que dos amigos, comparten un aperitivo en la terraza de “El bar prodigioso”; Antonio (Manu Hernández) lo tiene todo: un buen trabajo, una buena casa, una buena esposa, etc… mientras Bernardo (Antonio Romero) no tiene nada y está desempleado, en el paro. Sin embargo en ese día de primavera quien parece disfrutar de la vida es éste, mientras aquel va y viene con prisa, mostrando incluso desazón.
“¡Tú no tienes que vivir con ella todos los días!”
Sophie (María Zabala), es la mujer de Antonio, una artista plástica y conceptual que lleva un tiempo en una crisis existencial, uno de cuyos efectos le hace expresarse en grupos de cuatro palabras entre las cuales están vetados los adjetivos. Clara (Ana Lucas) es la camarera que atiende el bar, en el inicio de la trama, trufada su actividad de trabajos precarios, es transparente y muestra la seguridad de quién piensa que nada puede perder.
La trama sucede, en vorágine, entre las relaciones que se precipitan entre los cuatro protagonistas: afectivas, de poder, sexuales, laborales, de amistad, de dependencia, etc… Pero quien dinamita lo que se precipita a continuación es Bernardo, que, a ‘bocajarro’, explica a su amigo Antonio que está enamorado de su mujer …aunque ella aún no lo sabe, y que es inevitable que en el futuro cercano y más pronto que tarde, materialicen fisicamente su relación, de forma sexual. Pero las sorpresas, con ello, no habrán hecho más que comenzar.
“En ocasiones cuesta encontrar las palabras” …”¡Me asusta el poder de las palabras!”
Alejandro Arestegui dirige de forma acertada la propuesta, con el ritmo preciso. Igone Teso diseña una escenografía que se mantiene fija, que recrea el espacio del parque público donde está la terraza del bar en el que transcurre la trama, contando con iluminación eficaz de Ciru Cerdeiriña. Adecuadas prestaciones de Tuti Fernández en el espacio sonoro y Genel Romero en el vestuario.
“La potencia de las palabras para crear realidad”
Muy creíbles resultan los cara a cara, antagónicos, entre Manu Hernández (Antonio) y Antonio Romero (Bernardo), en los que sustenta gran parte del peso de la trama, especialmente en su primera parte, contando con una adecuada prestación de Ana Lucas (Clara) y María Zabala (Sophie).
“¿Realmente somos dueños de nuestra voluntad emocional?”
Interesante propuesta presentada por Octubre Producciones, en el Teatro Quique San Francisco, de Madrid, que se mantendrá programada hasta el 24 de septiembre, sobre la que su propio autor reconoce que comenzó con el tema central del poder de las palabras, visualizándolas como si fueran un capital escaso que nos exigiera la reflexión antes de pronunciarlas, y nos llevara a la contención y al ahorro de las mismas, y no a su derroche; sin embargo el propio Roberto Santiago indica en el programa de mano que los propios personajes se fueron adueñando de la trama hasta terminar de apropiarse de ella, en una comedia sobre las relaciones de pareja, para que las cuatro últimas palabras pronunciadas para llegar a alcanzar el contador de las doce mil trescientas veintitrés, efecto Sophie mediante, sean enamorado, perseverante, indomable …y prodigioso.