El bar prodigioso

Sinopsis

Una comedia prodigiosa de Roberto Santiago

Antonio lo tiene todo: un buen trabajo, una buena esposa, una buena casa. Bernardo es su mejor amigo. No tiene nada.
Ahora Bernardo se ha enamorado de Sophie, la mujer de Antonio.
Por lo visto, es algo imparable.
Sophie es artista. Atraviesa una crisis creativa y habla “raro”.
Clara es la camarera del bar al que suelen acudir los tres.
Tuvo ataques de ira en el pasado. Ahora lo tiene controlado. Más o menos.
En esta historia, nada es lo que parece a primera vista.
Estamos en primavera, en un bar en medio de un parque.
Uno de esos lugares donde ocurren cosas prodigiosas:
Declaraciones de amor y amistad, desmayos, besos indefinidos, contratos indefinidos, poesía callejera…
Ah, durante esta función se van a pronunciar exactamente doce mil trescientas veintitrés palabras.
No es lo más importante, pero conviene no olvidarlo.


Empecé a escribir esta historia gracias al impulso de mi maestro José Sanchís Sinisterra. Un sabio. Y un hombre bueno.
Me dijo: Roberto, no escribas sobre las relaciones de pareja.
Le hice caso, como siempre.
Empecé la obra con un tema central: el poder de las palabras, del lenguaje, en estos tiempos extraños en los que cualquiera puede decir una barbaridad sin pruebas y sin embargo alcanzar una prodigiosa notoriedad.
Poco a poco, los personajes se fueron apoderando del texto. Como ocurre siempre. Como me decía otro de mis maestros: Juan José Millás.
Y también les hice caso, claro.
El amor indefinido y los contratos de pareja. O al revés.
De eso habla EL BAR PRODIGIOSO.
De lo que somos.
De lo que fuimos.
Y de lo que seremos.
Escribir comedia es algo muy serio, ya lo sabemos.
Disfruten ustedes de este juego pervertido y luminoso.

Roberto Santiago
Autor

Nacional

Ficha Artística

  • Autor: Roberto Santiago
  • Dirección: Alejandro Arestegui
  • Reparto: Manu Hernández, María Zabala,  Ana Lucas y Antonio Romero
  • Diseño de vestuario: Genel Romero
  • Diseño Iluminación: Ciru Cerdeiriña
  • Espacio Sonoro: Tuti Fernández
  • Diseño Escenografía: Igone Teso
  • Aydte. Dirección: Mariana Kmaid
  • Aydte. De producción: Sofía Aragón
  • Maquillaje y peluquería: Prado Núñez
  • Fotografía y diseño : Geraldine Leloutre
  • Trailer y contenido audiovisual: David González | 2VISUAL
  • Distribución: Montse Lozano Distribución
  • Dirección de producción: Nadia Corral
  • Una producción de Octubre Producciones

La crítica

Bares, qué lugares, que cantaba Gabinete Caligari. Escenarios de encuentros, encrucijadas de historias, mundos paralelos. El gran Alfonso Sastre convocó las furias de la tragedia esperpéntica en la memorable La taberna fantástica (escrita en 1966 y estrenada en 1985), José Ramón Fernández resucitó la mítica cafetería del María Guerrero en Un bar bajo la arena (2018) y el año pasado Alfredo Sanzol nos invitó a El bar que se tragó a todos los españoles. Locales memorables en cuya estela, aunque de más modesto alcance, se coloca El bar prodigioso, de Roberto Santiago, una fábula sobre la aritmética del amor y otras yerbas que toma como base el número cuatro.

En esa antigua pseudociencia para contables conocida como numerología, el cuatro, que pertenece al grupo de números primarios, “representa el planeta Urano, así como las cuatro estaciones del año, los puntos cardinales y los cuatro Elementos. Se considera el Número de la suerte, fiabilidad y estabilidad. El signo del Zodíaco asociado con él es Acuario”. Con la intención de no complicarme demasiado la vida, he copiado esto de un sitio de internet [https://astromundus.com/es/significado-numero-4-numerologia/], aunque al cabo no me he resistido a consultar una de mis fuentes favoritas de autoridad en disciplinas herméticas y el mundo de lo misterioso, el imprescindible Diccionario de símbolos de Juan Eduardo Cirlot; en este libro maravilloso se señala que el cuatro es el símbolo de “la tierra, de la espacialidad terrestre, de lo situacional, de los límites externos naturales, de la totalidad ‘mínima’ y de la organización racional. Cuatro es el cuadrado y el cubo; la cruz de las estaciones y de los puntos cardinales. Según el modelo del cuaternario se organizan muchas formas materiales y espirituales. Es el número de las realizaciones tangibles y de los elementos. Místicamente, tetramorfos”.

Ignoro si Roberto Santiago ha trazado algún itinerario numerológico para escribir esta obra, aunque sí es cierto que, además de ir informando por boca de los personajes de las palabras que quedan para concluir la pieza, toma como referencia musical Las cuatro estaciones de Vivaldi y el argumento se desarrolla en sucesivamente en cada una de las estaciones del año, cuatro son los protagonistas de la historia y uno de ellos, Sophie, una artista conceptual en crisis creativa, tiene arrebatos en los que se expresa en bloques de cuatro palabras que ni siquiera son frases. Los otros componentes del cuarteto son Antonio, marido de Sophie y un hombre bien situado económicamente; Bernardo, amigo de Antonio, desempleado que vive a su aire y dice siempre lo que piensa, y Clara, una chica con mal genio, camarera del bar al que suelen acudir los tres anteriores y donde se desarrolla buena parte de la acción.

Todo comienza cuando Bernardo, que no tiene nada, y Antonio, que aparentemente lo tiene todo, se encuentran en la terraza del bar de siempre porque el primero tiene algo importante que decirle al segundo, permanentemente impaciente y malhumorado. Tras no pocos circunloquios Bernardo confiesa a Antonio que además de estar enamorado de su esposa y ella de él, aunque Sophie aún no lo sabe, tiene intención de materializar físicamente la relación de manera intensa y continuada. Y ahí empieza a rodar la madeja de la historia.

Santiago (Madrid, 1968), dramaturgo, guionista, cineasta y novelista (es autor de la exitosa saga juvenil de Los futbolísimos), juega con las cuatro bandas de un billar de emociones en el que se entrechocan las bolas de los vínculos sentimentales, la química de las parejas, los elásticos límites de la amistad, el rigor de los compromisos laborales y las caprichosas esquinas del arte. Un ejercicio de escritura dramática con momentos amenos y divertidos y otros en los que se aprecian los trucos del ilusionista, y que desemboca en un final de armonía cuádruple.

Alejandro Arestegui dirige desahogadamente la función encajando sin demasiadas complicaciones cada pieza en su lugar con la colaboración entusiasta de los actores: Antonio Romero llena con gracia las costuras de un Bernardo que resulta tan simpático a veces como tocapelotas incordiante en otras, Ana Lucas encarna con convicción a Clara y da peso al que es quizás el personaje peor dibujado de la obra, Manu Hernández es un Antonio de una pieza que sabe matizar una seguridad agrietada por la desorientación en lo que creía un mundo sin fisuras, y María Zabala otorga a su Sophie un aire de artista desconcertada y desconcertante. Por su parte, Igone Teso ha diseñado un sugestivo espacio dominado por una rampa-grada flanqueada por varios árboles cuyas copas ofrecen una rara corporeidad de nubes-coliflores y otorgan cierto aire onírico al montaje.

Por Juan Ignacio García Garzón (fronterad.com)

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