- Texto: Nina Raine
- Adaptación: Jorge Muriel
- Dirección: Julián Fuentes Reta
- Reparto: Enric Benavent (Cristóbal, subtítulos en color violeta), Ángela Ibáñez (Silvia, subtítulos en naranja) Ascen López (Isabel, subtítulos en rosa), Jorge Muriel (Daniel, subtítulos en verde), Marcos Pereira (Guille, subtítulos en amarillo) y Laura Toledo (Ruth, subtítulos en celeste)
- Escenografía: Elisa Sanz (AAPEE)
- Iluminación: Felipe Ramos
- Vestuario: Sofía Nieto (Carmen 17)
- Espacio sonoro: Iñaki Rubio
- Videoescena: Álvaro Luna
- Ayudante de dirección: Angelina Mrakic
- Ayudante de escenografía: Carlos Brayda
- Ayudante de iluminación: Guillermo Gómez
- Ayudante de videoescena: Elvira Ruiz Zurita
- Realizaciones: Mambo Decorados (escenografía)
- Intérprete de lengua de signos española: David Blanco
- Subtitulado: Eva Hernández
- Fotografía: marcosGpunto
- Dirección de Producción: Nadia Corral
- Producción: Centro Dramático Nacional con la colaboración de Octubre Producciones
- Con la colaboración de: Asociación de Sordos de Madrid, British Council, Federación AICE (Asociaciones de Implantados Cocleares de España) y Salaïta
Sinopsis
de Nina Raine con dirección de Julián Fuentes Reta
La propuesta de montaje del texto teatral inédito en España Tribus nació en el marco de la convocatoria «Proyéctame!», dentro del festival «Una mirada diferente – Reto 2019».
Tribus trata sobre el lenguaje, sobre los signos, sobre la comunicación. Tribus trata sobre una familia, y sobre el concepto mismo de grupo, de clan, y lo que nos hace pertenecer a uno, y, quizás obligatoriamente, nos separa del resto. El texto de Raine es agudo, luminoso y en ocasiones oscuro y opaco. En esto, es igual que la lengua que hablamos, cualquiera que sea, español, inglés, o igual que cualquier lenguaje que utilicemos, puede ser un instrumento de comunicación, o una barrera infranqueable, dependiendo de la voluntad de aquellos que lo usan. Raine nos muestra, con humor y contundencia, que el lenguaje, ya sea nuestra lengua oral, o la lengua de signos, o del tipo que sea, es solo una herramienta. La voluntad de qué hacer con ella está en el que la usa. Recordemos eso.
Ojalá esta pieza pueda hacernos, a nosotros los primeros, al explorarla, revisar muchas cosas que damos por sentadas acerca de la comunicación, y de la pretendida identidad que surge de dominar un idioma. En ese aspecto, Tribus es un tour de force extremadamente divertido y profundamente inclemente.
Julián Fuentes Reta
Ficha Artística
La crítica
Tribus’ o… ¿quién necesita integrarse?
- En esta familia, para la que la música, el ruido y la furia de las conversaciones familiares son piezas claves en sus vidas, hay un hijo sordo.
El director Julián Fuentes Reta se está especializando en poner en escena obras sobre familias. Todo comenzó con el bombazo de Cuando deje de llover que montó en las Naves del Español y continuó con Las cosas que son verdad, estrenada en los Teatros del Canal. Ambas de Andrew Bovell. Ahora llega al Teatro Valle Inclán con Tribus de la polémica Nina Raine para mostrar que el teatro inclusivo es posible sin que se note que lo es. Un teatro que integra la sordera en su trama para hablar de cómo se oye lo que se dice y lo que no se dice.
La historia está protagonizada por una familia de culturetas. Todos tienen o desarrollan intereses o estudios artísticos y/o culturales. También son liberales, o eso parece, en las costumbres, aunque la relación entre los padres y entre padres e hijos es tópica y típica, incluso lo es entre hermanos. Esa combinación de cultos y liberales hace que las citas de Wagner, Händel, letras de canciones de ópera, libros, análisis académicos y otras lindezas que sueltan en sus conversaciones se mezclen sin problemas con tacos, frases escatológicas, referencias a relaciones sexuales y a consumo velado de drogas.
En esta familia, para la que la música, el ruido y la furia de las conversaciones familiares son piezas claves en sus vidas, hay un hijo sordo. Un hijo que tiene que lidiar con el bullicio de las comidas y reuniones en casa. Integrarse en el mismo con sus dificultades para seguir su doméstico guirigay habitual y para hacerse oír con esa voz típica de los sordos, de entonación tan peculiar. Ya que sus padres, tan liberales como integradores, están y estaban en contra de que se le tratase como un sordo y de que se integrase en la sociedad desde lo que llaman el gueto de la discapacidad. Es decir, desde una tribu de sordos, pues su hijo no lo es.
Todo esto hace que cuando ese hijo descubre la sordera, esa tribu que le ha estado vedada, la vida que se desenvuelve en ella, en la que ocupa la casta más alta al ser sordo de nacimiento, caiga fascinado. No solo eso, sino que descubre que la misma es la que le sitúa en el mundo y lo aleja de la desventaja que le supone en su entorno familiar y personal. Convirtiéndole en el único hijo que podrá emanciparse, crecer, abandonar el nido, frente a sus hermanos. Una que pretende ser una cantante de ópera en discotecas y pubs, y otro un estudioso, un académico, a los que sus capacidades les sirven de poco, más bien de nada, para vivir en el mundo actual.
Todo lo anterior puede parecer demasiada historia. Demasiada anécdota. Seguramente lo es. Pero habla de los intereses que tiene este director. Su clasicismo contemporáneo consiste en contar historias. Montarlas en espacios reconocibles que permitan la simultaneidad de tiempos y lugares, y usar los recursos contemporáneos del teatro si son necesarios, sin forzar, sin violentar. Integrados, como en esta obra se integra la discapacidad.
Una obra que se ofrece con subtítulos para todos aquellos que tengan dificultades auditivas. Para que se metan en el teatro como cualquiera. Como uno más. Normalizando la sordera no por su negación, sino por su afirmación. En el mundo hay sordos y sordomudos, como otras muchas discapacidades, incluida la emocional y la disfuncionalidad que muestran el resto de los componentes de esta familia que no tienen sordera física que les impidiese oír y entender. Para la que no hay subtítulos.
Una afirmación de la discapacidad que se integra en esta obra desde el propio texto. Un texto que recurre al lenguaje de signos para hacer avanzar la obra. A su especificidad para nombrar, hacer chistes y emocionar. Un lenguaje que se explora a conciencia en la puesta en escena. Como esa sinestesia con la que se trabaja el sonido, concretamente la música, para las personas sordas. Incluso esa bella escena en la que el padre se sienta a estudiar chino. Belleza conseguida trabajando desde la percepción que puede tener el púbico sordo que ocupe la butaca.
Incluso en la interpretación de Enric Benavent, que en escena va por libre. Se puede ser un cascarrabias, estar en contra de todo y de todos, criticar y bloquear cualquier liberación o satisfacción del resto de los personajes, como el padre castrador y el marido veladamente maltratador que es, pero hay que estar en la familia y hacer sentir al espectador que hay en tu personaje algo por lo que el resto de los personajes quieren que estés. Algo que tal vez sea puntual, flor de un día. Es lo que tiene el teatro, es en directo y en presente, y no se está igual en todas las representaciones.
Todos estos problemas, tal vez sean trasunto de la crítica. Algo que al público ni le importen. Entre otras muchas cosas porque le cuentan una potente historia con suficiente sorpresa e intriga. Porque, Julián Fuentes Reta, sabe hacer funcionar un melodrama sin caer en la banalidad de las sobremesas televisivas del fin de semana y de las películas románticas que ocupan los intempestivos horarios de Nova, Divinity y hasta de La Sexta. Una renovación que hace teniendo como modelo el clásico melodrama hollywoodiense que todavía sigue funcionando y una provechosa revisión de La trilogía de los dragones y otras obras de Robert Lepage, sin copiarlos.
Algo que demuestra en muchas escenas. La comida en la que el hijo sordo presenta su novia a la familia. La escena en la que este mismo hijo hace una declaración de principios a la tribu familiar, lanzándoles una bomba a la cara. La hermosa y sencilla escena del beso. El trabajo del hijo sordo y cómo se entera el público cómo lo ejerce, que abren la obra hacia otros territorios. Y ese poema en lenguaje de signos que tan bien habla y dice donde se encuentran los límites de cualquier lenguaje. La sorpresa de la poesía encontrada en lo cotidiano.
Es, pues, una obra que se merece el mismo éxito que los anteriores montajes de este director. Los que entonces llenaron los teatros se encontrarán de nuevo con todos sus puntos fuertes. Con todo lo que les atrajo y emocionó. Sin que todavía todo eso se haya banalizado. Sin que todavía se haya convertido en una herramienta usada de forma mecánica.
Porque desde la butaca se percibe que a Julián Fuentes Reta le interesa lo que tiene entre manos y sabe encontrarle el interés, el arco dramático, para el público. Porque quiere a todos y cada uno de los personajes que ha armado bien Nina Raine, a los que ve humanos, de carne y hueso. Y hace poesía de toda esa necesidad humana de pertenecer a una o varias tribus, de ser aceptado, integrado, querido con su propia (dis)capacidad.
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