Por L.M Ágreda (tribunavalladolid.com)
El teatro, a veces, opera con efecto retardado. De repente estás tomándote el café matutino y te emocionas recordando una de las imágenes de La lengua en pedazos que has visto en el LAVA hace cuatro días. El teatro es capaz de llevarte a sitios que desconoces y, además, descubrir que lo que estás viendo te gusta. Te permite, además, abrazar la tolerancia y ser más dialogante con el de enfrente.
Clara Sanchís y Daniel Albadalejo están espléndidos, emocionan y son capaces de explicarse de manera vivaz y amena, sin parsimonia. Ninguna palabra es superflua para satisfacción del espectador. El teatro, se encuentra siempre entre dos fuerzas: la belleza de la serenidad absoluta que encarna con maestría Clara Sanchís y la otra, la fascinación del abismo que borda Daniel Albadalejo.
Durante noventa minutos la Sala Concha Velasco del LAVA se convierte en un lugar de reflexión, conocimiento y búsqueda. La vida de Santa Teresa de Jesús y la vida del inquisidor que Juan Mayorga ha hilado brillantemente se identifican por momentos y se ajustan a los tiempos que nos tocan vivir. Cada palabra, cada situación por la que atraviesan los personajes se trasforman en una acto íntimo de confesión, de duda, de miedo, de valor y por qué no, de entusiasmo y de convicción y de talento. Esto que estamos viendo es un gran momento teatral, de los que no se olvidan.
Clara Sanchís te atrapa con su voz, con su gesto, con sus silencios. De todos es conocido el magisterio de Daniel Albadalejo. El trabajo de los dos lleva “la verdad teatral” cada uno con su técnica, con sus sistemas de trabajo que reivindica el proceso creativo de cualquier intérprete: concentración, emoción, palabra y acción.
La lengua en pedazos es el encuentro entre dos personas donde afloran los diferentes criterios, las diferentes razones que les lleva al enfrentamiento. Esta es la verdadera razón del teatro. Ese enfrentamiento llega al espectador que sabe, se lo dice el cuerpo que aquello que está viendo, que está disfrutando es un producto de mucha calidad.
El escenario escénico que propone La loca de la casa tiene finura y bodegón impresionista. La sabia iluminación de Miguel Ángel Camacho y la música de Jesús Rueda aportan alma al texto de Juan Mayorga. La mayor virtud que tiene La lengua en pedazos es su vocación de claridad y de encontrar el tono y los movimientos adecuados para que la tensión y el ritmo rayen a gran altura.