Entrevista a Tristán Ulloa (True West)

29/10/2022

Por María Serrano (eldebate.com)

  • Llega a las Naves del Español el teatro desgarrado y poético de True West, de Sam Shepard, adaptado por Eduardo Mendoza y dirigido por Montse Tixé
  • Foto: Paula Argüelles

Aunque es más conocido por su faceta como guionista y actor cinematográfico, Sam Shepard es también autor teatral, considerado como uno de los dramaturgos contemporáneos más importantes e influyentes de Estados Unidos, muy representado en el Off-Broadway y en los grandes teatros del país. Sus obras, difíciles de catalogar, se caracterizan por su franqueza, argumentos del absurdo y por saber captar la sensibilidad del oeste americano a través de personajes que a menudo suelen ser perdedores.
Al Teatro Español llega ahora un texto de Shepard, True West, estrenado el 28 de octubre en las Naves del Español después de haber pasado por el Centro Niemeyer de Avilés el pasado mes de diciembre. La nueva representación cuenta con la adaptación de Eduardo Mendoza, la dirección de Montse Tixé y las interpretaciones de Tristán Ulloa (Lee), Kike Guaza (Austin), José Luis Esteban (Saul) y Jeannine Mestre (madre).

Estrenada en 1980, Shepard escribió True West con la intención de resaltar un tema que le ha marcado a fuego: la identidad. Con esta historia consolidó su prestigio como escritor en la narrativa estadounidense, donde se le empezó a reconocer gracias a la complejidad y profundidad de sus personajes, a su estilo rompedor, a su planteamiento subversivo y a sus licuadas dosis de imaginación. Para hablar del texto, de su interpretación y de la importancia del teatro, El Debate ha entrevistado a Tristán Ulloa, uno de los protagonistas de este viaje al lejano oeste y al corazón del alma humana.

–¿En qué consiste True West?
–Contamos la historia de dos hermanos que se encuentran en casa de su madre, que se ha ido unos días de vacaciones a Alaska. El hermano pequeño, Austin, que es guionista, ha aprovechado para ir allí a escribir un guion tranquilamente. Y el hermano mayor, Lee, el personaje que yo interpreto, es un tipo que vive en el desierto y que se dedica a pequeños trapicheos, y de vez en cuando aparece por la casa de la madre para llevarse algo. Ahí se encuentran, y así empieza la obra: son dos hermanos que hace cinco años que no se ven y que de alguna manera anhelan e idealizan lo que tiene el otro. Lee idealiza la supuesta plenitud y el hecho de pertenecer al sueño americano de su Austin, su vida, su orden, su situación; Austin idealiza esa supuesta libertad de Lee, que vive fuera de ese sistema.
–En los ensayos habéis jugado a que ambos eran la misma persona. ¿Existe esa dualidad siempre en nosotros?
–Hicimos el ejercicio de pensar que podía ser una misma persona porque a la vez que es un soliloquio muy real. Tiene mucho que ver con el Club de la Lucha, con los personajes poliédricos, que ofrecen distintas caras, distintas versiones de la vida, de cómo vivirla y de cómo se concibe el ser humano con respecto al sistema.
–La obra de Sam Shepard representa «la naturaleza conflictiva del ser humano». ¿Somos conflictivos por naturaleza? ¿Es ese conflicto, esa oposición, la que nos lleva a ser mejores?
–Más que conflictivo, es contradictorio. Somos «culo de mal asiento» y por naturaleza siempre estamos mirando lo que tiene el de al lado. Esa competitividad es lo que nos hace ser contradictorios: somos unos insatisfechos permanentes. Eso, por un lado, nos hace crecer, pero, por otro lado, nos puede hacer muy infelices. Depende de si esa insatisfacción nos moviliza para bien, porque si no, puede hacernos muy infelices. Los personajes de esta obra son muy incompletos, por eso se complementan también.
–¿Es la insatisfacción de un personaje un buen motor interpretativo?
–Sí, porque no tener todo atado hace que la incertidumbre sea real. Es un terreno maravilloso como creador, incluso como ser humano. El hecho de no tenerlo todo preestablecido hace que las cosas sean más orgánicas y más vivas: la obra adquiere vida propia. Muchos momentos porque sabemos cómo empieza, pero muchas veces no sabemos cómo vamos a terminar.
–Dice tu compañero Kike Guaza que el texto de Sam Shepard es preciso, quirúrgico, lleno de comas y puntos suspensivos. ¿Cómo te has enfrentado tú al texto?
–Para mí la obra es como una canción con música: tiene los tonos muy marcados desde la propia autoría, y también las pausas. Pero las pausas son parte también de la melodía, y en la obra son tan importantes como muchas palabras que se dicen. De repente, el texto de Shepard adquiere una sonoridad que hace que te sea más fácil incorporarte. Y eso nos pasa con la función de teatro: te la sabes, sabes cómo suena la música, pero no sabes con qué ánimo la vas a cantar ese día o con qué ánimo la vas a entonar. Y eso es maravilloso. No pasa con otras obras, que son más métricas. Esta obra nos da mucha libertad. En ese sentido, Shepard ha sido muy gamberro: le ha dado un punto de vista y a la mitad de obra hace lo que el espectador no espera; ¡incluso los actores tenemos que esforzarnos por darle ese giro!
–En un momento en el que la cultura anglosajona ha perdido su hegemonía, ¿sigue teniendo sentido hablar del sueño americano? ¿Es una idea universal?
–Es algo universal porque vivimos y mamamos de la cultura norteamericana todos nuestros referentes, toda nuestra ficción, para bien o para mal. Todo viene de ahí. Es bueno cuestionar el sueño americano, que es el sueño de cualquier hijo de vecino: somos una sociedad globalizada, y somos capaces de reconocer los referentes en cualquier sitio. No hay que perder la capacidad de análisis y crítica con respecto a esa forma de entender el mundo que hemos construido entre todos, pero hay que seguir cuestionándola. Aunque hay un peligro de alienación.
–El sueño americano tenía más que ver con el éxito, con el triunfo económico, con el capitalismo. ¿Ha cambiado o el sueño sigue siendo el mismo?
–Yo creo que básicamente es el mismo, aunque cambie el entorno. Ahora tenemos más pantallas, estamos sobreestimulados. Así que el sueño está magnificado por las redes sociales: tenemos miles de sueños. Y hay que ser feliz, feliz, feliz. Y a veces tanto sueño produce más que felicidad, produce histeria. Entonces ves a gente histéricamente feliz que no se permite estar mal, pedir ayuda o decir que tiene un mal día. Y precisamente las grandes obras de la humanidad se han creado a partir de grandes tormentas emocionales y de grandes insatisfacciones. Yo soy un gran insatisfecho en cuanto a mi inquietud con respecto al mundo.
Tristán Ulloa, durante su entrevista con El Debate
Tristán Ulloa, durante su entrevista con El DebatePaula Argüelles

el debate True west Tristán Ulloa Kike Guaza Montse Tixe–Dentro de esa sobreestimulación, paramos y venimos al teatro, donde palabra y silencia cohabitan. ¿Es para ti un espacio seguro?
–El teatro es muy ingrato en el sentido de que supone mucho esfuerzo, mucho esfuerzo. Levantar una historia, una producción, sea cual sea, requiere mucho esfuerzo, no sólo económico, sino también de poner la carne. Y luego la repercusión no siempre es acorde ni directamente proporcional. Pero para mí el teatro es una toma de tierra. Y también trabajo con plataformas audiovisuales, pero el teatro me ha ayudado a tener los pies en la tierra y a saber por qué me dedico a esto, a recordarme por qué me dedico a esto. Hago trabajos que me gustan mucho en plataformas, pero no quiero dejar de estar en un escenario porque me saca mucho de mi zona de confort. Somos así de raros...
–En su discurso en el Teatro Español, Lorca dijo que el teatro es el barómetro de la grandeza o la decadencia de una sociedad. ¿Qué dice de nuestra sociedad nuestro teatro?
–Yo no creo que el teatro tenga que dar lecciones de nada. Creo que el teatro lo que tiene que hacer es la función de espejo y de reflejo, ya sea lineal, cóncavo o convexo, como decía Valle-Inclán. Pero para mí el teatro lo que debe hacer es plantear cuestiones, plantear más preguntas que respuestas. A mí no me gusta el teatro discursivo; me gusta el teatro que me lleva a plantearme cosas y a pensarlas, pero que no me da la respuestas.

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