Por Roberto Herrero (diariovasco.com)
Hay que ser un famoso dramaturgo, como ya lo era-Sam Shepard en 1980 cuando escribió esta pieza, para crear un espectáculo que comienza a lo Tennessee Williams y termina con los personajes comportándose como si fueran de Ionesco. Shepard lo hace y sale bien parado con este melodrama con sus gotas de comedia, aderezado con el suficiente retrato de la parte oculta del sueño americano.
Los dos hermanos que protagonizan prácticamente toda la obra son, en palabras de Tristán Ulloa, unos antagonistas que se pueden convertir en las dos caras de un mismo personaje. Austin representa a esa clase media algo ilustrada y con pretensiones de éxito. Lee, una de esas almas libres que en realidad pertenecen a su fracaso y también a la botella de güisqui o lo que sea que toma.
Las dos formas de vida, o quizás los dos deseos de otras vidas que se les niegan, entran el colisión y comienza la disputa. Lee parece el dominante y su hermano el débil. Austin parece mantener cierta cordura que a Lee hace tiempo que le sobra. Así transcurre buena parte de la función, siempre bien resuelta por los dos actores. Puede que Ulloa algo pasado de vueltas en ciertos momentos. Pero los dos manteniendo el envite que les hace el autor.
La entrada del personaje de la madre da el giro, aparece casi el absurdo y la comedia asoma como si fuera un guiño. Me interesa y me divierte esta propuesta, un buen juego teatral que un autor con mucho oficio se pudo permitir.