Por Roberto Corte (nortes.me)
- La poética de Shepard ha generado unas claves y un naturalismo psicológico en la interpretación que está ya en el imaginario de los espectadores. Y ni Tristán Ulloa ni Pablo Derqui defraudan.
Pablo Derqui y Tristán Ulloa, protagonistas en 'True West'. Foto: Alex Rademakers
La poética de Shepard ha generado unas claves y un naturalismo psicológico en la interpretación que está ya en el imaginario de los espectadores. Y ni Tristán Ulloa ni Pablo Derqui defraudan. El trabajo de los dos es enorme, excelente. Ulloa con un aspecto más de clochard que de macarra beat, pero clarividente en el desgarro y las amenazas, y Derqui amilanado y discreto al principio, pero arrebatado y furibundo en el estallido final. José Luis Esteban es Saúl, el turbio productor con su sello de oro y aspecto caribeño y Jeannine Mestre, como la madre, pone un punto final delirante al regresar de Alaska.
Montse Tixé desde la dirección consigue darle el pulso adecuado en esa dificilísima graduación de intensidades que van in crescendo desde el distanciamiento, el miedo, la perplejidad y la violencia, hasta alcanzar el clímax caótico y depravado del final. Quizá uno de sus mayores aciertos sea el haber sabido ceñirse inteligentemente al contexto referencial del texto original (no quiero pensar lo que hubiera sido cambiar la máquina de escribir por un ordenador o el teléfono de pared por un móvil). El espacio de Sebastià Brosa recrea con gran verismo escenográfico y de atrezzo una cocina y salón de planta baja americana, en la que solo faltó que las tostadoras funcionasen para que las rebanadas saltasen por los aires. La música original de Orestes Gas, hipnótica y electrizante, resulta un complemento eficaz para las transiciones y quiero pensar –profano en la materia como soy– que está inspirada en el country de Hank Williams y su Ramblin Man, tal como recomendaba el autor. La épica de Sam Shepard tiene unas claves bien cimentadas y me da la impresión de que este True West las sigue a rajatabla. Largo aliento, pues, para un espectáculo que no defraudará al espectador aficionado.