Santiago Taus (eldebatedehoy.es)
- Juan Mayorga vuelve a dirigir, después de ocho años, La lengua en pedazos –texto por el que recibió el Premio Nacional de Literatura Dramática– con una nueva versión. Se trata de una obra de gran calado cuyo nervio hilvana una reflexión sobre la experiencia religiosa, la mística y los límites del lenguaje.
La voz de santa Teresa de Jesús sigue vigente, por santa y por clásico de la literatura –es lo que tienen los místicos–, y por eso sus palabras nunca se agotan. Juan Mayorga, el académico más joven y el único dramaturgo que ocupa uno de los sillones de la RAE, se ha encargado de darles eco en La lengua en pedazos. El autor, que recibió por este texto el Premio Nacional de Literatura Dramática en 2013, toma El libro de la vida, la autobiografía de Teresa, y lo reelabora, le da forma de obra teatral y hace emanar de él una reflexión dialéctica en torno a los límites del lenguaje y a las distintas maneras de concebir la experiencia religiosa. Con esta obra Mayorga se estrenó como director hace ocho años, y ahora la recupera en el Teatro Galileo con un nuevo montaje, con un texto modificado y con el mismo elenco, formado por Clara Sanchis y Daniel Albaladejo.
Pregunta: Con La lengua en pedazos se estrenó como director allá por 2013, y ahora vuelve a este texto con más experiencia en la dirección. ¿Cómo ha sido para usted el reencuentro con este texto? ¿En qué ha cambiado?
Respuesta: Ante lo que nos encontramos ahora no es una reposición, sino un espectáculo de nueva planta, una nueva propuesta poética, una nueva indagación en la que espero que surjan nuevos sentidos de esta obra. Mi relación con mis textos es de permanente conflicto; desconfío permanentemente de ellos. He peleado mucho con La lengua en pedazos y tengo la impresión de que hay transformaciones importantes. Quizás la más notable se encuentre en el personaje del inquisidor. Este ha ganado en complejidad y en hondura, y por eso, si en el primer montaje nos encontrábamos ante un juicio a Teresa de Jesús, creo que ahora nos encontramos ante un auténtico combate, ya que la relación entre ambos es mucho más equilibrada. También creo que, si aquel primero era un montaje minimalista, este es un montaje más abstracto, pero espero que no menos emocionante.
Pregunta: La obra se centra en un episodio ficticio en el que santa Teresa discute con un inquisidor que trata de persuadirla para que abandone el proyecto de fundación del convento de San José. ¿Qué podemos extraer de nuevo de este episodio y de su reelaboración para este montaje?
Respuesta: Siempre digo que no escribo ni publico ni represento mis obras para comunicar algo que entiendo, sino porque quiero que otros me ayuden a entender lo que busco. Creo que ahora, con el paso de los años, estoy más cerca de entender algunas cosas que vislumbraba en esta obra, el tiempo ha hecho su trabajo. Hay momentos de la obra y de la vida de la santa, como la experiencia de su enfermedad, su opción por un apartamiento, su búsqueda de un sentido de la vida en unas condiciones tan difíciles, que, si tenían un sentido hace ocho años, tienen otro valor más hondo ahora. Un valor que creo que nos apela a todos, precisamente ahora que estamos atravesando tiempos tan complicados que nos hacen preguntarnos sobre el sentido de nuestra propia vida y nuestra responsabilidad para con los otros. Creo que el tiempo mismo ha resignificado la obra, más allá del hecho de que yo la reescribiese en aspectos significativos.
P.: ¿Por qué una discusión entre santa Teresa y un inquisidor? ¿Cuál es el papel de la religión aquí?
R.: Yo no comparto el credo de Teresa, yo no rezo, pero me tomo muy en serio a los que rezan. Además, como creador, me adhiero a aquella frase de Terencio: «Nada de lo humano me es ajeno». Es por eso que la experiencia religiosa me interesa enormemente. Me resulta fascinante el modo en que unas convicciones religiosas ofrecen sentido a una vida, pero también una razón para la acción. En este sentido, La lengua en pedazos es un examen de la experiencia religiosa que enfrenta dos formas de vivir la fe: la de la santa y la del inquisidor. Aunque Teresa tuvo algunos problemas con la inquisición, todo esto es una fantasía teatral que nunca tuvo lugar. Pero de lo que se trata es de que, a través de la representación, el espectador examine aspectos de su vida y de su propia experiencia religiosa.
P.: ¿Cómo se representan estas dos formas de vivir la fe? ¿Quiénes son estos personajes?
R.: Como dramaturgo y también como director de escena tengo la obligación de atacar a muerte a cada uno de mis personajes: encontrar su dignidad y también su vulnerabilidad. De algún modo aquí se enfrentan dos experiencias religiosas. Por un lado, la de Teresa, que es, si se quiere, mucho más sensual. Ella ama a un Dios cercano y elocuente, mientras que el Dios del inquisidor es distante y silencioso. Creo que, si ella es una mujer de fe, el inquisidor también lo es, y el espacio de combate entre ambos es la lengua misma. De algún modo aquello sobre lo que finalmente se debate es sobre qué se puede y qué no se puede decir: sobre a qué se puede y a qué no se puede llamar Dios. Es en este sentido en el que se presentan las dos formas de vivir la experiencia religiosa. Pero también está el encuentro entre dos seres humanos frágiles, llenos de dudas, que se enfrentan en un duelo crepuscular sabiendo que uno y otro serán afectados por ese combate y que no habrá otra oportunidad.
P.: Sin duda, el tema del lenguaje es también central en la obra y está absolutamente vinculado a la disputa en torno a la religión y a la comunicación de la experiencia mística. ¿Cómo se explica la unión entre estos dos temas tan grandes?
R.: En lo que a la mística se refiere, es extraordinario cómo de algún modo los grandes autores han llevado el lenguaje al límite. Conviene decir que, si todo lenguaje es metafórico, porque la palabra siempre está en sustitución de la cosa, se podría decir que Dios es la metáfora absoluta: Dios es lo absolutamente otro, un nombre que da cuenta de algo que no está a la vista, pero que para muchos sí que está aquí. En La lengua en pedazos hay un debate en torno a los límites del lenguaje y, en particular, en torno a la nominación de Dios: ¿cómo se puede utilizar esa palabra? Una y otra vez, el inquisidor le reprocha a Teresa que esté utilizando la palabra «Dios» para nombrar algo muy pequeño, mientras que para ella Dios está precisamente en lo pequeño.
P.: ¿Cuál es su pensamiento sobre los límites del lenguaje?
R.: El lenguaje es al mismo tiempo una jaula y unas alas. El ser humano nace en un lenguaje y su relación con este es violenta desde el origen. Solo hay que pensar en que lo primero que se nos da es un nombre; una palabra que nos designa, a la que estamos vinculados y que no hemos elegido. Cuando Aristóteles dice que somos un ser social, se refiere al hecho de que nacemos en un lenguaje que de algún modo limita y posibilita nuestra relación con el mundo. El lenguaje es, por un lado, limitante y, por otro, invención de otros mundos y superación de los límites de este.
P.: Ser consciente de esto tiene que determinar la creación. ¿Cómo se enfrenta como dramaturgo a estos límites?
R.: Acerca de las trampas y los límites del lenguaje se ha hablado mucho. Ya en el Gorgias de Platón hay una reflexión sobre los límites y el uso del lenguaje. Se trata de una cuestión mayor que, como ciudadano y como escritor, me atraviesa e interpela constantemente. Es significativo que mi discurso de ingreso en la academia lo titulase Silencio y al silencio lo dedicaba. Es decir, a una palabra que es una enmienda a todas las demás. Dentro de este orden de cosas hay que hablar del teatro y de la mística. Por un lado, el teatro tiene una función crítica, en la medida en que examina la lengua que usamos, y utópica, en la medida que nos da a escuchar otras posibilidades de la lengua y puede despertar en nosotros el deseo de lengua.
P.: Menciona a Platón, a quien sin duda es inevitable recordar cuando leemos La lengua en pedazos, pero también encontramos en el texto la huella de filósofos más modernos como Walter Benjamin o Ludwig Wittgenstein. De este último casi se puede intuir la máxima «De lo que no se puede hablar, mejor es callarse», en boca del inquisidor.
R.: En efecto, tanto en el texto como en el espectáculo también se quiere construir una cita peligrosa entre el siglo XVI y el siglo XXI. Peligrosa en tanto que no estamos ante una reconstrucción de un hecho real del siglo XVI, pero estamos invitados a compartir una experiencia de aquel tiempo. El lenguaje puede resultar arcaico, se encuentran alusiones a personajes de aquel tiempo, pero también hay elementos radicalmente contemporáneos. Permanentemente hay una tensión entre el siglo XVI y el siglo XXI en lo que a la palabra se refiere. Hay frases que dicen los personajes que nunca se dijeron y que nunca pudieron haber sido dichas en aquel momento.
El inquisidor es el personaje que los espectadores actuales van a reconocer como más afín en su modo de ver, en su mentalidad, por las cosas en que confía y en las que desconfía. Es cierto que el inquisidor pareciera haber leído a Wittgenstein o incluso que Teresa hubiera leído a Benjamin. Este flujo de ideas lleva al espectador a decirse: «Esto es siglo XVI y al mismo tiempo muy contemporáneo». Cuando ella dice: «Cada cual según su capacidad a cada cual según su necesidad», parece una sentencia marxista, pero evidentemente eso no significa que Teresa defendiese esa idea impropia de su tiempo, sino que lo que pretende es generar una turbulencia en la escucha del espectador contemporáneo.
Esta tensión entre dos momentos históricos también se ve reflejada en esa escenografía tan contemporánea y en el hecho de que los personajes cambien de un vestuario actual a uno de época en medio de la representación.
P.: Un personaje tan complejo como santa Teresa puede ser abordado desde muy distintas facetas. ¿Qué es lo que más le ha interesado de ella en esta obra?
R.: El personaje de Teresa me fascina tanto como me fascina su palabra. Una de las cosas que pretendo es hacer que el espectador comparta dos envidias que siento al encontrarme con Teresa. Quiero que calen en el espectador la envida de palabra y la envidia de libertad. Envidia de palabra, porque yo me pregunto de dónde le venía esta escritura extraordinaria a esa mujer. Quiero que el espectador se pregunte cómo se vive teniendo una palabra así. Además, siento una envidia de libertad. Es una mujer con coraje, con fortaleza para combatir: santa Teresa es una mujer armada de palabra y de libertad.
P.: Como académico de la lengua, ¿considera que somos poco ambiciosos con respecto a nuestra lengua? ¿No la cuidamos lo que deberíamos?
R.: Compartimos una lengua extraordinaria, un arca de la experiencia, una riqueza maravillosa, y a menudo utilizamos, como diría Teresa, «cuatro maravedís de castellano». En lugar de utilizar y cuidar esta extraordinaria fortuna, es muy frecuente escuchar a la gente y comprobar que lo que utilizan son traducciones del inglés, de las películas y las series que ven. Sientes que muchas veces hay personas que creen hablar y en verdad son habladas.
P.: Retomando aquello de la «envidia de libertad», en ocasiones ha dicho que el teatro debería ser un lugar del que huyan los cobardes.
R.: Deberíamos ser capaces de hacer un teatro peligroso. Que aquellos que asistiesen al espectáculo se reconociesen en la escena y volvieran a casa distintos, hasta el punto de no ser reconocidos. Deberíamos hacer un teatro peligroso, en el sentido de que debería llevar a una catástrofe personal: que cada persona descubriese algo que es y que no se atrevía a reconocer en él mismo. Se trata de hacer un lugar de conflicto y diálogo con nosotros mismos, un lugar del que los pusilánimes escaparan porque, al ver una sala de teatro, pensaran: «Yo ahí no me meto porque me puede pasar algo».
P.: ¿Es posible que esa condición del teatro lo convierta en un arte especialmente necesario en estos tiempos?
R.: El teatro es un lugar donde ocurren algunas de las cosas por las que amamos la vida. En el teatro nos reunimos con personas a las que no conocemos y con las que vamos a compartir algo. Podemos escuchar voces distintas, escuchar discursos y posiciones diferentes a la nuestra, podemos ponernos en el lugar de otros. Es un lugar de arte y de imaginación que nos da a examinar posibilidades de la vida humana. Es por eso que, no solo ahora, sino que siempre será necesario.
P.: En muchas ocasiones, a lo largo de su obra ha abordado temas sociales de máxima actualidad. Son varias las obras en las que ha puesto al espectador cara a cara con la incómoda realidad cívica y moral del mundo contemporáneo. ¿Hay algo inspirador en el panorama extraordinario que estamos viviendo?
R.: El día a día está lleno de argumentos que están vinculados directamente a lo que viene sucediendo. Cada día se me ocurren nuevos motivos para escribir. Sin embargo, por ahora solo me he atrevido a escribir dos piezas de teatro breve que aparecen en mi reciente publicación Teatro para minutos. La primera se llama La distancia. En ella nos encontramos a dos personajes que entran en una sala de teatro en un mundo en el que este arte ya no existe. Ambas sienten recelo la una de la otra y vemos cómo se van convirtiendo poco a poco en el primer actor y el primer espectador del teatro nuevo que vendrá.
P.: Sin duda, esta crisis está afectando de manera especial al sector del teatro. ¿Cómo cree que quedará este cuando todo pase?
R.: Lo que está ocurriendo está siendo gravísimo para muchas compañías y muchos profesionales del teatro. En este sentido, todo lo que puedan hacer las Administraciones para ayudar a las compañías a sobrevivir es fundamental. Por poner un ejemplo, el cierre del Teatro Pavón Kamikaze es un drama por todo lo que cuesta crear un teatro, construir una relación con el espectador, dar vida a un proyecto semejante. Con algo de ayuda por parte del Estado se puede sostener una estructura y hacerla sobrevivir para cuando lleguen tiempos mejores. Pero la reflexión final es que no son solo los profesionales del teatro los que deben reclamar ayuda para el sector, es la ciudad misma, porque una ciudad con teatro es más rica, tiene más capacidad crítica y tiene más espíritu para resistir.
Por nuestra parte, nosotros siempre tenemos que trabajar por la excelencia, y ahora más que nunca. Tenemos que ofrecer algo especialmente importante a los espectadores a los que tanto les cuesta salir de casa. Tenemos que darles algo que los deje con las ganas de seguir volviendo a las salas.