Duelo fraternal (Crítica «True West»)

13/12/2021

Por Eva Vallines (lne.es)

True West Pablo Derqui Tristán Ulloa

  • Un magnífico ejercicio actoral sobre el sentido de la vida y la verosimilitud del arte

Shepard es un mago del lenguaje que juega con las palabras, domina los diálogos breves y punzantes y con ironía socrática cuestiona lo evidente y subvierte las convenciones dramáticas. En “True West” hace saltar por los aires las tóxicas relaciones de una decadente familia del oeste americano. Dos hermanos de personalidades y trayectorias opuestas se reencuentran en la casa de su madre. La visita del hermano malo, Lee, brillantemente encarnado por un Tristán Ulloa irreconocible, pone patas arriba la apacible y en apariencia exitosa existencia de Austin, guionista hollywoodiense que ha sabido hacerse un hueco en el mercado. El contraste entre el mundo ordenado y perfecto de Austin, con familia y trabajo estable, y la vida nómada de delincuente ocasional alcoholizado de Lee, funciona a la perfección como oposición entre dos personajes que a lo largo de la función se van mimetizando en su oponente.

Pablo Derqui y Tristán Ulloa realizan un duelo interpretativo memorable. Derqui lleva a cabo una asombrosa metamorfosis corporal, de apocado y enclenque hermano sumiso al desmadrado y violento Austin de la apoteosis final. Ulloa es capaz de imprimir toques de humor a este vagabundo destroyer y harapiento con una lucidez desgarradora y unos feroces ataques de ira. Las metáforas del desierto como paradigma de la libertad y los coyotes como amenaza de una sociedad salvajemente despiadada que acecha al individuo aportan un exotismo naturalista cercano al realismo mágico. Completan el reparto los personajes secundarios del productor hollywoodiense (José Luis Esteban), aquí planteado como una caricatura cómica del hortera ochentero, chulesco ignorante con camisa de palmeras y gafas Ray-Ban que sólo se fía de su “intuición”. Y por último, la madre, Jeannine Mestre, el personaje más surrealista, naíf y pinteriano, que ajena al caos y destrucción de su entorno, sólo parece preocupada por las plantas y Picasso.

Montse Tixé firma una puesta en escena basada en un magnífico duelo actoral, que por una parte respeta el tempo lacónico de los diálogos de Shepard, pero al mismo tiempo le confiere un ritmo ágil al conjunto, redondeado por una banda sonora melancólica y evocadora (Orestes Gas), que empasta a la perfección con las luces de neón de las transiciones y el omnipresente sonido de los grillos y los coyotes. Un decorado hiperrealista (Sebastià Brosa) dividido en cocina y salón de una casa setentera americana se convierte casi en un reducto-jaula en el que observamos a los dos hermanos como hámsters en la rueda de la vida.

Un gran texto que reflexiona sobre la verdad y la verosimilitud del arte, el sentido de la vida, el anhelo de ser otro y la familia como ecosistema tóxico, todo ello realzado por la interpretación de dos actores enormes y una puesta en escena eficaz y oportuna. El abundante público que asistió al estreno así lo refrendó con sus aplausos.