9/11/2022
Por Fernando Muñoz Jaén
Ya nos invade la angustia y el caos al correr el telón. Ya nos araña esa sensación oscura que no nos va a abandonar. Viajamos en las Naves del Español al verdadero Oeste americano. Tan lejos y tan cerca. Estamos en Los Ángeles, en la cocina de una casa cualquiera, en su corazón. Dos hermanos vuelven a su pasado, a la casa familiar donde arrancarán y se arrancarán lo más profundo. Donde la situación hará que el caos y el drama nos engulla en esa cocina, de la que ya no podremos salir. Un combate de boxeo sin vencedor ni vencido.
Una cocina americana, como no podía ser de otra manera donde Lee y Austin, hermanos antagónicos, se vuelven a encontrar para mostrarnos la verdadera esencia humana: el conflicto. La dualidad. Y como lo bordan. “Es curioso volver aquí, no?” Entre retazos amargos de la infancia, estos dos hermanos, un buscavidas y un guionista venido a menos, elaboran un nuevo guion como tabla de salvación de sus vidas, vacías y amargas, como el elemento que nos envuelve, como esa América profunda que nos atrae y nos hiere.
Tomar la vida por los cuernos o dejarla pasar. A golpe de cervezas, silencios y miradas estos hermanos. Tristán Ulloa y Kike Guaza (que sustituye a Pablo Derqui, intérprete en las representaciones previas a su aterrizaje en Madrid) se ponen a escribir juntos un guion, un maldito guion, donde “Todos los detalles son importantes”. En esta adaptación de la obra de Sam Shepard de 1980, y en este duelo interpretativo tan real, nos vemos abocados a este ambiente sórdido, opaco, gris. La verdadera América. El capitalismo en estado puro, que no sabe de luchas fratricidas ni de sueños, ni de leches. El dinero, la fama, la ambición, el sueño americano.
Y estos hermanos no paran, suben, entran , bajan , beben, escriben, pelean, gozan, sueñan, se emocionan, se vacían… un pulso en escena de larga duración. Siempre en guardia. Con cambios de registros, apoyados en el alcohol, en la vivencia, en el ayer. “Yo me daré la vuelta como un calcetín”.
En una especie de baile sin principio ni final, con una organicidad digna y un talento para llevarnos al infierno, esta pareja nos sobrecoge, nos enamora, nos detesta, nos grita, nos sufre, nos castiga, nos hunde y nos levanta. Y todo esto con un humor sórdido, cansado, con una sensación gris continua. Nos empieza a faltar el aire. Cambios de roles, de registros, de mundos. El Oeste ya no existe. Tostadores que emergen de casas ajenas, televisores de culo que nos sirven de coartada entre tanto barullo, entre tanto lío, entre tanta confusión emocional, donde nos es tan difícil posicionarnos.
La estabilidad familiar por un lado, con todo lo que el sueño americano. El quiero y no puedo. El querer lo que uno no tiene. El bueno y el malo. El feo no aparece por aquí. Lee y Austin. Tristán y Kike. Y la tierra, el origen. La madre ausente, presente y ausente. La dualidad de nuevo. Y el telón, que juega con nosotros y nos abre la mirada. “Yo no sé nada de nada”. Personajes que caen y se levantan, y caen, y se levantan. El ring de la cocina nos invita a ello. La admiración, la repulsión entre ellos. El desierto de fondo.
Todo bajo la adaptación del admirado Eduardo Mendoza, magistral. Dinámica. Orgánica, como la dirección de Montse Tixé, orgánica y presente, que se define como una "auténtica comedia negra en la que Shepard, mezclando un lenguaje directo, imaginativo y musical con una prosa poética y una atmósfera perfectamente acotada, hace que tanto la historia como los personajes tengan una complejidad y una riqueza dramática que llevará al público a un final catártico y surrealista".
Esta comedia negra , más bien drama, nos acerca a lo más interno, a lo más hondo. Nos sitúa en nuestra propia mierda para poder emerger, para poder rompernos en cachitos y pegarnos, y transformarnos en lo que fuimos y seremos. Tristán Ulloa y Kike Guiza nos sirven en bandeja de plata su talento para bucear en nuestras conciencias, para plantearnos determinados tipos de relaciones que nos producen más dolor que placer, más cariño que realidad. Más de lo mismo. En un ejercicio actoral de entrega, nos transmiten esa angustia de sus personajes en esa atmósfera hostil, pero que nos agrada, que nos degrada y que nos divierte a la vez a partes iguales.
Las colaboraciones de José Luis Esteban y Jeannine Mestre también suman. Aunque el duelo es de ellos, de los hermanos, de los que quieren y odian, de los que se quieren entender, pero no pueden. De las tostadoras de los demás. Esta obra negra y gris, con matices, nos lleva con esa prosa poética a un registro un tanto surrealista y mezquino del ser humano, pero tan real.
Nos hace viajar a otro plano donde algo pudo ser y no fue, donde el silencio se impuso al diálogo y se dejaron de decir las cosas. Todo esto nos ofrece este caos. Y sin salir de la cocina. Prueben a hacerse un aperitivo mientras la disfrutan. Algo amargo le daría el toque. Vengan al teatro. Vivan la cultura. Cada vez más segura. Más normalizada y más rica.
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