Por José María Caso ( elcomercio.es)
Dribbling de Ignasi Vidal, que la covid esta dejó en un bolo, el del pasado viernes, de su gira en vez de estreno en el Palacio Valdés, es, creo que ante todo, un prodigio de réplicas y contrarréplicas entre dos intérpretes estupendos de dos generaciones consecutivas. La más joven, la de Álvaro Rico (que encarna al futbolista Javi Cuesta) y la anterior, la de Nacho Fresneda (que encarna a su agente Pedro Guillén), dirigidos por el propio autor con un ritmo semejante al que nos imaginamos de los regates del deportista en el campo. En el césped y en el relato que oímos y vemos sobre el escenario, otra obra de arte de figuras geométricas regulares e irregulares y multifuncionales en blanco y verde de Alessio Meloni.
Tal es el preciso tempo que impone Vidal a la representación de su escritura que incluso los parlamentos se solapan en ocasiones sin que esta vez
–tal es la estupenda prosodia de Fresneda y Vidal– resulte defecto sino virtud a la inversa de como pasa tanto en cine y teatro sin ser nota de dirección
sino tacha profesional. Me parece que Dribbling es una buena función de teatro comercial y artístico. El relato que resume Guillén en un momento
determinado sobre lo que él piensa que es: «el agente de un maravilloso futbolista no el abogado de un degenerado violador» que pasa de «cabreado a decepcionado». Tal vez, acostumbrados a finales dobles y triples y a los requiebros de los cierres, aunque la impresionante transición hacia la
última escena, virtuosismo del movimiento de Fresneda en su velocísima entrada y salida por el bastidor hacia el centro del proscenio, eché de menos
un regate final que abriese un poco más el campo en esa dialogía tan bajtiniana de las generaciones de este Ignasi Vidal entre los fijos de Avilés en la que tantos siempre no pueden driblar la vida aunque sepan regatear tan bien.