Crítica Canción del primer deseo

9/05/2023

Por Juan Carlos (elblogdejcgc.blogspot.com)

canción del primer deseo Andrew Bovell Julián Fuentes Reta Borja Maestre Jorge Muriel Pilar Gomez Consuelo Trujillo octubre producciones elteatrero.com

Andrew Bovell ha tomado como eje de la obra el poema de García LorcCancioncilla del primer deseo. Es un poema sencillo, simple, que da pie al título y sostiene a Camelia (Consuelo Trujillo), personaje principal de la obra al que al inicio de la misma vemos ya mayor y perdida en la nebulosa de la desmemoria; sólo mantiene lazos con la realidad a través del recitado de este hermoso poema de Lorca que habla de amor y que en sí mismo resume lo que ha sido la trágica vida de esta mujer.

Y es que esta obra va de historia, de la necesidad de asumirla, de no arrinconarla. Es un repaso de la historia reciente de España desde la Guerra Civil  hasta nuestra inmediata actualidad pasando naturalmente por el franquismo y sus consecuencias: el exilio, la pérdida de identidad, los abusos cometidos, el restañar de las heridas... Pero lo mejor es que todo esto lo hace el autor combinando a la perfección tres generaciones de seres que pivotan en torno a Camelia, madre de dos mellizos (Julia Luis), que la cuidan en la vieja casa que fuera de su padre, funcionario relevante de la policía franquista. Camelia es hermana melliza a su vez y se vio separada de su hermano por culpa de esta represión. Todo, al inicio de la representación, va como de costumbre: los hermanos Julia (Pilar Gómez) y Luis (Jorge Muriel) lanzándose pullas a propósito de la mayor o menor implicación en el cuidado de la madre senil; el jardín con el brocal del pozo en medio aparece descuidado y sucio por demás;  y al fondo un muro desportillado.
Todo cambia cuando Luis se presenta un día en casa con un joven colombiano (Borja Maestre) al que acaba de contratar -le dice a Julia, si bien ella vislumbra en la cara de Luis el deseo- para cuidar a la madre. Este inmigrante es un revulsivo en la vida de esta familia despertando recuerdos voluntariamente enterrados en la madre, deseos eróticos hacia él en ambos hermanos y evocaciones del duro pasado vivido por la madre de Camelia cuyo marido -el padre de Camelia, pues- fue fusilado y la madre tuvo que elegir entre ella -Camelia- o el hermano. Eligió al hermano y con él en brazos partió al exilio. No quiero contar más pues uno de los alicientes de la representación nace de la pura narratividad contenida en la misma. Los descubrimientos y giros argumentales tienen su importancia y mantienen vivo el interés del espectador.
Esta narratividad que señalo hace que aparezcan en la representación de apenas 90 minutos una infinidad de asuntos que, creo, provocan el descreimiento y cargan la obra de cierta inverosimilitud. ¿Cómo es posible que tantas cosas le hayan ocurrido a este ramillete de seres: apropiación de bebés por gerifaltes del Régimen, represión política, torturas, represión de la homosexualidad, explotación sexual y abusos sexuales en el seno de la familia, desprecio a los inmigrantes... Luego también hay un abuso, por muy metafóricos que sean, de tópicos (Goya, Luis Buñuel, García Lorca...) y de imágenes: el pozo al que se ha ido echando toda la basura hasta cegarlo, pozo que el joven colombiano se ofrece a limpiar; los mellizos que representan esas dos Españas en conflicto permanente; la anciana sin memoria que es el país que ha decidido voluntariamente olvidar; el homosexual y su identificación con Lorca; etc.
En mi opinión son demasiados mimbres para cesto tan pequeño. Pienso que  Andrew Bovell debería haber elegido otro formato literario -el de la novela, por ejemplo- para acoger en varios cientos de páginas lo que en hora y media no tiene cabida.  Pese a esta objeción he de decir que la manera de entretejer todos estos materiales me pareció perfecta. Creo que el director Julián Fuentes Rita borda una puesta en escena perfecta.
Otro tanto en cuanto a perfección puedo decir de los cuatro actores que dan vida a los personajes de estas tres generaciones de seres. Los cuatro se transmutan debidamente cuando dejan de ser Luis, Camelia, Julia y el inmigrante colombiano, y pasan a ser el padre franquista, la madre despojada de su hija, la hija amable de la pareja autoritaria, y/o el represaliado político torturado por la policía. Los cuatro, como digo, están muy bien. Son ellos, junto a la muy buena escenografía e iluminación, los que sostienen una obra que, como ya he dicho, se desmanda en el número de asuntos que toca.

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