Por Luis De Luis Otero (prensasocial.es)
Víctor Sánchez Rodríguez encuentra un lugar especial, apartado y aparte, un ecosistema bañado en gris, que florece en el invierno y que respira en la apatía. Es una viejuna vacacional, olvidada durante el frío que permite a solitarios y ajenos refugiarse y ocultarse a los ojos de los demás, que permite a aquellos que se han descartado y eliminado de carreras y ratas desparecer de toda mirada, reproche o elogio: se llama «La Florida».
Con pericia, oficio y sutileza Sánchez Rodríguez —guiña un ojo a Agatha Christie y otro a Alfred Hitchcock – para componer un puzzle en equilibrio que forman Silvia Marsó (quien, de lo más Norma y de lo más Desmond, de lo más entregada y de lo más desbocada, se da un homenaje como diva a deshoras); Vito Sanz ( un inicialmente ingenuo detective a quien no dejarán de abrirse los ojos; Lorena López (una vital y desengañada madre coraje); Francisco Reyes (un pijo venido a menos, lúcido e irónico) y Amparo Fernández (una descabalada y deliciosa vidente).
Y así, mientras recorren de una lado a otro el bulevar de os sueños rotos su estabilidad y conformidad estalla con el asesinato del hombre al que todos y todas amaban y todos y todas confiesan todo lo que llevan tanto tiempo ocultando que no son coartadas y justificaciones ( o tal vez sí) sino desalientos, frustraciones y anhelos incumplidos.
Vivaz, ágil y alerta transcurre este mosaico que intenta atrapar eso tan frágil y vulnerable que se da en llamar la resiliencia y supervivencia de la siempre misteriosa condición humana.