Por Pablo Antón Marín Estrada (elcomercio.es/
- El público del Niemeyer celebra 'Amistad', la nueva obra en clave cómica del Premio Princesa de las Letras con su trío magistral de actores.
Fuera de las hipérboles publicitarias, cada nuevo trabajo de Juan Mayorga es siempre un acontecimiento teatral. Su brillante carrera como autor de textos dramáticos -reconocida el pasado año con el Princesa de Asturias de las Letras- acredita la atenta expectación con la que son seguidos sus proyectos. Con ella y un lleno de los buenos, acogía ayer el auditorio del Centro Niemeyer de Avilés su función 'Amistad', dirigida por José Luis García-Pérez, quien interpreta también a uno de sus protagonistas en un trío que completan otros dos actores de similar fuste: Ginés García Millán y Miguel Albadalejo. Los tres realizan un extraordinario trabajo en esta comedia de peculiar cariz amargo que, al margen de las valoraciones subjetivas que pueda despertar, cumple sobradamente con el objetivo de acercar el interés del espectador a lo que sucede en las tablas y de que se quede allí atrapado hasta el fin de la representación.
El nuevo trabajo de Mayorga no ha logrado suscitar la unanimidad positiva de las críticas que lo han enjuiciado, como suele ser habitual en su caso. Es una realidad que puede o no gustar, pero también lo es que a estas alturas de la historia, el escritor madrileño no tiene que demostrar a nadie el que solo sea capaz de firmar obras maestras. Lo es su anterior texto -aún en cartel- de 'Silencio' con la memorable actuación que levanta en él Blanca Portillo y si 'Amistad' puede no estar a la altura de sus mejores obras, tal vez sea una percepción basada en el tono deliberadamente ligero con el que está planteada frente a otros trabajos suyos en los que pesaba más la profundidad y la reflexión. Aborda aquí un asunto desvelado en el mismo título que, a diferencia de lo que ha significado en la literatura de todos los tiempos el amor, no ha corrido igual fortuna, por lo menos desde Séneca y Cicerón. Y desde luego, en una pieza en clave cómica, el realismo particular de su autor parece haber visto la chispa que podía tener presentarla en la relación de tres prototípicos 'amigotes'. El humor muestra ya sus cartas en los nombres elegidos: Dumas, Manglano y Ufarte, que remiten en el imaginario común a un escritor, un espía y un futbolista. Una broma que lejos de apuntar al costumbrismo, simplemente subraya las máscaras del juego cómico.
Otro juego, una variante adulta del infantil de la verdad, es el que sustenta el arranque de la trama, cuando esos amigos de toda la vida se juntan para ir turnándose en un ataúd simulando su muerte para que los otros hablen sobre ellos, esa fantasía tan común también que todos hemos tenido alguna vez. Además de los momentos divertidos que ofrece, la labor de los tres intérpretes es realmente magistral durante toda la función, con mención especial a García Millán. Quizás algunos críticos no han entendido que una vez más Mayorga se hace a un lado para que los actores sean los que tengan el verdadero foco y el reconocimiento a su extraordinario papel. Merecidísimos los aplausos del público del Niemeyer.