Por NIEVES B. JIMÉNEZ (laiberia.es)
Amistad, la nueva obra de Juan Mayorga, Premio Princesa de Asturias de las Letras 2022, está siendo, como esperábamos, una de las grandes apuestas teatrales de esta temporada. Permanecerá en cartel hasta el 5 de marzo, en las Naves del Español, Matadero (Madrid). No se la pierdan. Una comedia de verdades, «escrita desde el dictado de la calle y de situaciones vividas y oídas», tal y como contaba el autor en la presentación, y protagonizada por Daniel Albaladejo, Ginés García Millán y José Luis García-Pérez. Un reparto al que no te cansarías de ovacionar.
La vida dándose un baño de emoción, tormento y almas humanas. Sobre el escenario, unos amigos, que lo son desde niños. Amigos que han compartido todo tipo de juegos y que juegan hoy uno —quizá el último— con el que burlarse de la vida y de la muerte. Y, se trata de un juego peligroso porque es la amistad misma la que ponen en juego… Una reflexión sobre la vida, los recuerdos, el amor, la masculinidad, la amistad, el pensamiento y el paso del tiempo cargada de humor, porque para Mayorga «la muerte a veces puede tener mucha gracia».
Tres personalidades muy diferentes. Necesitan hablar. Reflexionar sobre ellos, sus vidas, sus terrores, sus deseos, sus odios, sus traiciones. Y lo hacen jugando. Ufarte es una buena persona que quizá no ha conseguido los sueños que tenía. Manglano, dueño de una empresa que gestiona muy bien, con todo lo que eso conlleva. Y, Dumas, intentando abrir una puerta que no se había atrevido a abrir hasta ahora. El espectador se sumará como cuarto integrante y comprobará que llevan ya un tiempo estableciendo un código para soportar la vida. Un código que les ha salvado muchas veces. Se replantean, entonces, el concepto de amistad. En definitiva, cómo los seres humanos necesitamos del juego para encarar la verdad, afrontarla sin vendas… Pero lo dicho, dicho está. Y lo hecho, hecho está. «Queremos que el espectador ría a carcajadas y que llore. Y que, de camino a casa, reflexione sobre lo visto. Que piensen de qué se estaban riendo y en un momento dado se les congele la risa y la lágrima», concluía José Luis García-Pérez.
Ginés García Millán, un viaje al corazón
Charlar con Ginés García Millán es uno de esos placeres que te regala la vida. Muchos le recuerdan de algunas de las series más vistas de la televisión. Se pateó las calles en Periodistas; con Concha Velasco, en Herederos, aprendió a quitarle importancia a las cosas, «jamás hay que quejarse por tonterías»; fue el atormentado tío Vania, de Chejov; el villano de ¿Quién mató a Sara?, por la que recibió en México el premio de la unión de actores y actrices e interpretó uno de los papeles más emocionantes y más intensos de su carrera dando vida al expresidente del Gobierno Adolfo Suárez (desde su juventud hasta el 29 de enero de 1981, fecha en la que presentó su dimisión como Presidente del Gobierno), entre otros. Series con las que se ha ganado el reconocimiento a su calidad como intérprete, pero que jamás le han alejado de los escenarios. Lo suyo no fue un golpe de suerte. Lo suyo es un triunfo forjado a base de trabajar. Desde aquel Tomás de La Fundación, de Buero Vallejo, Hamlet, el Williamson de Glengarry Glen Ross, de Mamet, incluso desde Kathie y el hipopótamo, el texto de Vargas Llosa en cuyo final todos nos quedábamos colgados al escucharle cantar junto a Ana Belén Les feuilles mortes, de Yves Montand.
A la sombra de la flor del almendro
Y comprendimos que lo tenía todo: profesionalidad, talento, la mirada limpia, la sonrisa sincera. Hoy es un Ginés García Millán más maduro y, tal vez, más impresionado por lo que la vida muestra cada día. Como decía a Antonio Arco, «miro la vida, a veces, y no entiendo nada». Una cosa sí tiene clara, su familia, que es su punto de partida, lo que le ata a esta existencia. «Ver a mis padres felices. Ver a mis hijos reír», a los que lleva cada vez más presentes en sus trabajos. Entonces, surge el recuerdo a la tierra que le vio nacer, a la sombra de la flor del almendro, «árbol absolutamente generoso y humilde que guarda toda la belleza del mundo». Hablamos de próximos proyectos, «porque viajar, si es por trabajo, mejor. Con mi primera serie de televisión conocí gran parte de América Latina, me enamoró para siempre». Y de otra de sus pasiones, la poesía, «que un poema me descubra algún misterio de la vida y de mí mismo».
Ginés cierra los ojos y regresa a aquella habitación del Hotel Salas, el hotel de su familia en Puerto Lumbrera, donde vino al mundo, «y eso ya era una película continua», siempre recuerdas. Por allí pasaba de todo, personajes curiosos, villanos, amantes… Hijo «del Pedrín y la Josefa». «Me crie entre una cocina y una barra. Observaba mucho y comía poco, lo que achacaron al “mal de ojo” que la tía Anica quitaba llevándome al curandero de La Casa del Cura. Recuerdo la ternura de esa mujer y aquel hombre que rezaba en una silla de enea rodeado de pavos reales». Su infancia son recuerdos de “este y aquel lado”, el cauce de la rambla de Nogalte: «En un lado, el hotel que levantaron mis abuelos, Ginés y Anica, con el esfuerzo de todos, mis padres y mis tíos, Amalia y Fulgencio. Aprendí de mi familia la importancia del esfuerzo y el valor del trabajo. En el otro, la casa de mis abuelos maternos, Gabriel y María. Las migas y el olor de las patatas fritas con pimientos». Allí aprendió psicología femenina con sus tías abuelas, las hermanas y la prima de madre, «disfrutaba los baños en el lavadero de mi pueblo. Recuerdo ir al taller de mi bisabuelo, El Caramona. Un día, con un sombrero suyo y una espada de madera, exclamé: “Algún día seré actor”».
Iba en bicicleta por la huerta a las clases de francés de Marta, «en la higuera de su puerta grabé un corazón con el nombre de mi primera novia, Pepi. Siempre fui muy enamoradizo. Luego llegarían sus primeras vocaciones. Era muy buen portero de fútbol, «a los 15 me fichó el Real Murcia». A los 16 fichó por el Valladolid, «recuerdo, en cámara lenta, la despedida de mi padre en una esquina del Paseo Zorrilla, junto al viejo estadio de Pucela. Mi madre me mandaba tortas caseras. Lo sigue haciendo». Y el cine, «gracias a la Seminci, conocí a Chabrol, Wenders…y algunos montajes teatrales europeos de los 80. Conocí a Pilar, la madre de mis hijos, María y Alberto. En Madrid, estudié teatro en la RESAD. Puse en pie, con algunos compañeros, una cooperativa teatral. El primer gran teatro que pisé fue el Español de Madrid…después, vinieron las series, el cine…».
Los grandes de verdad saben el trabajo que cuesta… Y, lo importante que es hacer la vida fácil a la gente, a tus compañeros de trabajo. En aquella primera serie, Nazca, en la que se inició en esto del cine con Paco Rabal, nada más y nada menos, al que preguntó si podía darle un consejo que le ayudase en su carrera, «y él, que tenía toda la gracia me dijo apréndete el texto y párate en la marca». Y ya. Porque no hay más secreto. Porque lo más importante lo llevabas dentro desde niño, aquello de Academia Rushmore, «encuentra aquello que verdaderamente ames y hazlo el resto de un vida».
Como decía Juan Mayorga en su discurso al recoger el Premio Princesa de Asturias, «lo que decide a un autor a escribir para el teatro… lo que distingue tan singular forma de escritura, es la voluntad de reunión». Y estos tres personajes encarnados por Ginés García Millán, Daniel Albaladejo y José Luis García-Pérez consiguen esa complicidad, abrir esa reunión a los espectadores. Porque «entre todas las expresiones de la bella jerga teatral, mi favorita es compañía. Un amigo cuyo afán es la historia de las palabras me ha dicho que “compañía” nombraba, en su origen, a los que comparten el pan».
Por eso, porque el teatro es compañía, me acerco a esta obra de Mayorga y a sus actores. Y a esa gran palabra, Amistad, para compartir un tiempo, «un espacio, una vocación de examinar la vida y, cuando lo hay, un pan».