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Julián Fuentes Reta y Jorge Muriel combaten desde el 6 de noviembre en el Teatro Valle-Inclán la pérdida cultural que supone prescindir de los actores con diversidad funcional auditiva y la pésima idea, que perdura en el tiempo, de no ofrecer a la sociedad un teatro accesible. Lo hacen dirigiendo y adaptando el texto de Nina Raine.
Tribus trata las más profundas realidades mezclando humor negro, pasión y autenticidad en un entorno cotidiano y con el que es casi imposible no sentirse identificado: las relaciones familiares; incita a dejar atrás los equivocados y arraigados pensamientos que bucean en nuestra mente; la empatía y esperanza atrapan al espectador gracias a la acertada elección del elenco que pone sobre la mesa el amplio vacío entre la comunicación de oyentes y sordos. La unión entre Laura Toledo, Acen López, Enric Benavente, Jorge Muriel, Marcos Pereira y Ángela Ibáñez funciona. Los seis son los portavoces de dar voz a una pieza necesaria para mostrar los diferentes entornos que existen: una hermana que utiliza el lenguaje musical para expresarse, una madre que valora enormemente la capacidad de la ópera para provocar sentimientos sin palabras, un padre que aboga por el lenguaje compuesto por palabras e infravalora el gestual, un hermano mayor que escucha voces en su cabeza y comienza a comprender lo imprescindible que es el lenguaje de signos para las personas que no pueden expresarse con el de las palabras y, por último, dos personas sordas criadas en ambientes completamente distintos. Esto último hace entender al espectador que el atributo “sordo” no define a ninguna persona, al igual que “oyente” tampoco lo hace. Entre luces y sombras revelan de manera fehaciente que la herramienta básica para poder vivir y convivir siempre es posible: la comunicación.
El espacio sonoro, dirigido por Iñaki Rubio, es acertadísimo. Los sonidos, las vibraciones y la música acompañan al público en los 120 minutos de función. En algunas ocasiones Marcos Pereira y Ángela Ibáñez se comunican mediante lengua de signos y sus conversaciones, apoyadas por vibraciones que aumentan la tensión en escena, no están subtituladas. De esta manera, Rubio consigue transportar al oyente a las tablas y hacerle sentir la -necesaria- incomodidad, impotencia y angustia de las personas sordas con las numerosas discusiones que tiene la familia en el resto de la obra y que se puede extrapolar a la falta de recursos para los sordos en la vida real. Felipe Ramos realiza un laborioso trabajo con la iluminación, la cual ayuda enormemente a la comprensión total de la función. La escenografía, por Elisa Sanz, es sencilla y cuidada creando un primer (salón) y segundo plano (cocina) donde aparecen proyectada las videoescenas de Álvaro Luna. Una de las evidentes claves -y no plenamente lograda- de esta obra son los subtítulos, representados en la parte inferior de las tablas, de tal forma que supone un problema para el lector, puesto que serían más visibles en la parte superior del escenario. Aun así, dejan constancia del hecho de que, con unos sencillos subtítulos, el teatro es más accesible para todos: es mucho menor el precio que el beneficio, tanto en términos económicos como de inclusión.
Tribus es una obra enriquecedora que acerca a los oyentes diversos aspectos del mundo sordo que son de vital importancia para el desarrollo de una sociedad justa e igualitaria. Y ofrece a las personas sordas un espacio seguro donde sentir que no están en desventaja, gracias, en gran medida, a los recursos escenográficos.
Aún es posible asistir a las últimas funciones de esta oportuna producción del Centro Dramático Nacional con la colaboración de Octubre Producciones, entradas disponibles aquí.